Ya tienes el diagnóstico... ¿y ahora qué?
63 páginas. Eso no da para escribir un libro. Pero cuando esas 63 páginas resumen tu mundo interior, son infinitamente más importantes.
Casi un año me costó tener en la mano esas 63 páginas, después de innumerables charlas, pruebas y muchas dudas. De hecho, esas dudas son las que me habían llevado a ese preciso instante.
El día que iba de camino hacia la consulta de la psicóloga para los resultados del test de inteligencia (Escala Wechsler), en mi cabeza rondaba una y otra vez que la “puntuación” no podría ser muy alta: ¿cómo yo, un chico normal, iba a descubrir otra cosa que no fuera pertenecer a la media a sus 39 años? Eso no era posible. Rondaría el ciento y poco. Ciento cinco o ciento diez a lo sumo si era muy benevolente conmigo mismo.
Pero, por otro lado, si la puntuación fuera más alta, eso explicaría muchas cosas: el síndrome del impostor, la autoexigencia, el fracaso en los estudios o no haber encajado en un grupo de amigos. Y otras que yacían conmigo ocultas y que todavía no tenían nombre.
Durante el viaje de ida, vi un video en TikTok de mi psicóloga que justo había subido esa misma mañana; comentaba que hoy tenía dos entradas y que uno de ellos tenía un resultado de un 146, superando por 6 puntos la marca para la superdotación.
“No puede ser” - pensé, a la vez que un montón de situaciones empezaban a cobrar sentido en mi cabeza - Ha tenido que traspapelar las pruebas. ¿Cómo voy a tener yo tanto? - me decía esa tendencia a pensar siempre en negativo.
Al llegar a la consulta, allí estaba, con una melena rubia y ondulada y con una sonrisa de oreja a oreja - “Jesús, que Dios te conserve esa cabeza, porque madre mía” - fueron las palabras que me hicieron confirmar que, efectivamente, el 146 era mío.
Durante la siguiente hora y media repasamos todo el informe, cada puntuación y cada resultado de las pruebas. Yo le pedí que, por favor, me dejara grabarlo en audio porque sabía que iba a ser mucha información que asimilar de golpe y necesitaba procesarla poco a poco.
La grabadora avanzaba mientras el puzzle iba encajando en mi cabeza. Iba descubriendo con cada palabra que esos test sacaban una información tan profunda y personal, que ni siquiera era consciente de haberla dado y mucho menos había verbalizado a nadie.
Conforme una pieza nueva se añadía al puzzle, la presa se resquebrajaba un poco más y la contención que había estado haciendo durante mis 39 años se volvía más y más endeble.
Salí de esa última sesión con un cúmulo de sentimientos, creyendo a ciencia cierta que ese iba a ser el final de un viaje que había empezado un año antes y que me había llevado al diagnóstico de TDAH, Altas Capacidades y Autismo Nivel 1, una combinación que ni siquiera sabía que era posible.
Pero no supe hasta semanas después que ese era solo el principio. Que esas 63 páginas por sí mismas no eran nada y mi viaje comenzaba en el momento de salir de la consulta y enfrentarme al mundo con una perspectiva completamente diferente de la que había tenido hasta ese momento.
Tocaba reconstruirse. Tocaba tirar abajo la estantería de sentimientos y creencias sobre mí mismo que había ido construyendo durante 39 años, limpiarla y volver a colocarla de forma ordenada. Tocaba empezar de cero.
Y qué mejor forma de hacerlo que ir analizando, una por una, todas aquellas cosas que estaban colocadas en la estantería, mal o bien, estropeadas o no, para darles un nuevo lugar a unas, sacarles el polvo a otras o desechar otras tantas. El proceso es complejo porque primero tienes que entender los conceptos y una vez entendidos, tienes que identificarlos en ti mismo, en tu día a día.
“Esto es tal, aquello es cual…”. Vale, ahora que ya lo tienes detectado, tienes que aprender a racionalizarlo, más todavía para intentar no llevarlo a la parte emocional y saber lidiar con todo, a la vez. Si ya de por si la cabeza funciona a mil revoluciones con tanta información, es mucho peor, y eso puede dar lugar la prensa se rompa, y a la sensación de “ahora estoy peor que antes de saber el diagnostico”.
Y en parte es real, porque vives en la ignorancia de tener todo controlado, de estar bien, pero cuando pasas por terapias y hacer todo el proceso, todo sale. Incluso lo que inconscientemente has ocultado. Un concepto un tanto complicado de entender, pero que ya hablaré largo y tendido: El masking.
Cuando has automatizado el masking durante 39 años, tanto, que ni siquiera sabes que lo haces, es prácticamente imposible identificarlo. Había escuchado de el muchas veces, pero nunca me lo había aplicado a mi mismo, como tampoco la autoexigencia del mismo.
Y claro, cuando eres consciente de ello, todo eso empieza a removerse, ese masking es una presa que intenta mantener en control de todo lo que tienes en la cabeza, y cuando lo identificas, es fácil que se rompa, que la mascara caiga, y que vengan todas las emociones de golpe.
Pero tranquil@, es solo un paso más del proceso. Un camino por el que hay que pasar, sobre todo en los casos de diagnósticos tan tardíos. ¿Y en que se transforma todo esto? En una sensación de euforia cuando vez que esos sentimientos encajan, y que eres capaz de identificarlo. Cuando lo entiendes todo, se crea una necesidad de explicar, de contar, y de hablar del tema con todo el que te rodea. Como un niño con un juguete nuevo.
Una necesidad que por otra parte, el mundo no está preparada para entender, porque tiene sus propios miedos y sentimientos que en un porcentaje altísimo, no han sabido enfrentar. Creen que como ell@s no saben hablar de su sufrimiento, tu no tienes derecho a hablar del tuyo. Porque hablar de tu viaje, es asumirlo y aceptarlo con sus luces y sombras, y claro, eso le recuerda al mundo que no puede, no sabe o no quiere enfrentarse a su propio viaje.
Así que, sin menospreciar a las personas que siempre están ahí, hay una parte de la sociedad que es escuchar la palabra “psicólogo” y se echan a temblar, porque tienen miedo a que su presa se rompa y prefieren dejarla tal y como está, sin hacer nada. Y que además, contar tu viaje, es una especie de “y yo más” , una competición a ver quien ha sufrido más y quien anula el sufrimiento del otro. Algo alejadísimo de la realidad.
Con todo esto en mente, lo mejor era abrir un blog, que próximamente, según vaya evolucionando, puede convertirse en un podcast y exponer todo esos conceptos que rondan la cabeza, la identificación de los mismos y lo que me voy encontrando por el camino. Tranquil@ si no has entendido varios de los conceptos que se hablan, porque iré ampliando poco a poco, explicando como los he pasado yo en mi caso.